Manuel, un gallego que va de viaje a Japón, compra un par de anteojos de última tecnología que le permiten ver a todas las personas desnudas. Manuel se pone los anteojos... y comienza a ver a todas las mujeres al desnudo.
Se pone las lentes, ¡desnudas!. Se saca las lentes, ¡vestidas!
Y así, Manuel regresa a España, loco de contento, a mostrarle a su mujer la novedad recién adquirida. En el avión se siente un rey, viendo a todas las azafatas desnudas. Cuando llega a su casa, se pone las lentes para ver, de entrada, a su mujer desnuda. Abre la puerta y ve a su mujer y su mejor amigo en el sofá, desnudos.
Se saca las lentes, ¡desnudos!. Se pone las lentes, ¡desnudos!. Se las pone, ¡desnudos!. Se las saca, ¡desnudos!
Y Manuel, desanimado, dice:
“¡Vaya por Dios! ¡Esta porquería ya se ha estropeado!”.
“¡Qué bueno!”, piensa.
Se pone las lentes, ¡desnudas!. Se saca las lentes, ¡vestidas!
“¡Qué maravilla, Dios mío!”.
Y así, Manuel regresa a España, loco de contento, a mostrarle a su mujer la novedad recién adquirida. En el avión se siente un rey, viendo a todas las azafatas desnudas. Cuando llega a su casa, se pone las lentes para ver, de entrada, a su mujer desnuda. Abre la puerta y ve a su mujer y su mejor amigo en el sofá, desnudos.
Se saca las lentes, ¡desnudos!. Se pone las lentes, ¡desnudos!. Se las pone, ¡desnudos!. Se las saca, ¡desnudos!
Y Manuel, desanimado, dice:
“¡Vaya por Dios! ¡Esta porquería ya se ha estropeado!”.